El sismo del 7 de septiembre de 2017 en el sur y centro de México ha sido reconocido ya como el sismo de mayor magnitud (8.2 grados) en la historia reciente del país. Sin embargo, ¿cómo es que no causó los mismos estragos que el sismo de 1985 en la Ciudad de México? ¿Por qué un sismo de 7.3 grados (más de 32 veces menor fuerza acorde a los parámetros de la escala de magnitud) pudo tener efectos devastadores en Haití en 2010 y la Ciudad de México resistió uno mucho mayor? ¿estamos realmente preparados para enfrentar un fenómeno de tal magnitud? Y quizás, un buen punto de partida lo más adecuado sería preguntar ¿cuál México? En un país tan diverso como el nuestro, eventos como el del pasado 7 de septiembre evidencian la desigualdad.
Los desastres no son naturales, ni tampoco son culpa de la naturaleza o de la mala suerte. Un desastre es resultado de la combinación de una amenaza (natural) y una vulnerabilidad (socialmente construida). Culpar al clima, al sismo o incluso al cambio climático es no sólo peligroso sino irresponsable, pues evita identificar los errores en la construcción de nuestras ciudades, la ausencia o deficiencia de regulaciones y políticas públicas, las fallas de nuestro proyecto nacional de desarrollo y, sobre todo, la capacidad que tenemos como individuos y sociedad de modificar esa vulnerabilidad para reducir el riesgo de desastres.
Sismo no es igual a desastre
Un desastre no puede pasar a menos que la gente, la infraestructura y las comunidades sean vulnerables a una amenaza. Esta vulnerabilidad se construye si las personas carecen del conocimiento, las capacidades, las redes sociales de ayuda, la tecnología de alerta, la planeación de alternativas resilientes y las políticas públicas que ayuden a un desarrollo sustentable e inclusivo, para prepararse a los embates de una amenaza natural como un sismo o un huracán (Kelman, 2017).
México es considerado como uno de los países de mayor exposición a fenómenos naturales del mundo (The World Bank 2012). En gran parte porque se encuentra dentro del “Cinturón de fuego del Pacífico”, la región de más alta sismicidad y actividad volcánica del planeta, así como con una alta exposición a fenómenos hidro-meteorológicos.
Solo en el último siglo, el país ha enfrentado más de 30 sismos de magnitud 7.5 o mayor (Cárdenas 2007). A su vez, el país cada año enfrenta más de 15 huracanes en su costa Pacífico y más de 11 en la costa Atlántica. Además de deslizamientos de tierra, sequía, precipitación abundante, inundaciones e incendios forestales, en mayor o menor medida. En el siguiente mapa pueden observarse las principales zonas de riesgo por tipo de amenaza en el país.
Sin embargo, la exposición de México no significa que estemos destinados a desastres. Un desastre ocurre únicamente cuando el impacto de una amenaza (en este caso un sismo) superan las capacidades de una comunidad/población/ciudad para hacer frente, resistir y recuperarse de ese impacto.
Esta capacidad de resistir (o no), está directamente influenciada por la vulnerabilidad, la cual se construye a partir de procesos históricos, económicos y políticos que restringen los medios y las capacidades a los que puede acceder una población para enfrentar el impacto de una amenaza.
Y en un sentido más amplio, la vulnerabilidad refleja una falla en el desarrollo de una localidad/país, una falla en las políticas de desarrollo que suelen negar la problemática del riesgo agudizando la vulnerabilidad de determinadas comunidades. En resumen, la importancia de abordar la vulnerabilidad radica en que cuando es imposible intervenir la amenaza (ej. sismo, huracán, erupción volcánica), es necesario modificar la vulnerabilidad para reducir el riesgo (Cardona, 2001).
Si bien existieron diferencias geológicas importantes que hicieron que el impacto de la magnitud del sismo no tuviera efectos devastadores en la Ciudad de México, pero sí en el sur del país, también se evidencia la diferente capacidad de respuesta tanto de autoridades como de la población de una región a otra. Factores que son determinantes para salvar vidas y, posteriormente, para realizar procesos de atención de la emergencia y reconstrucción efectivos. Las características de una persona o grupo en términos de su capacidad para anticipar, lidiar con, resistir y recuperarse del impacto de una amenaza natural, implica una combinación de factores que determinan el nivel sobre el cual la vida y los medios de subsistencia es puesta en riesgo por un evento en la naturaleza o en la sociedad (Wisner et al. 2004). En este sentido podemos afirmar que la vulnerabilidad de la Ciudad de México respecto a la de Juchitán fueron radicalmente distintas. Así como sus capacidades de resiliencia, un aspecto profundamente vinculado a la vulnerabilidad y que se refiere a las capacidades de una comunidad para resistir el impacto y recuperarse con poca disrupción de su funcionamiento normal (Oliver-Smith 2013). En este sentido, será a medida de que se tengan más y mejores procesos de prevención y respuesta ante la emergencia que se construirá una mejor resiliencia y que se coadyuvará a la reducción de las vulnerabilidades.
Con el crecimiento de la población y la concentración en los centros urbanos, en los últimos diez años las pérdidas por desastres en México se han más que duplicado. Cada año, más de 1.5 millones de personas en el país son afectadas por amenazas naturales acorde al Centro Nacional para la Prevención de Desastres (CENAPRED). La alta inequidad social y vulnerabilidad de la población en las distintas regiones aumenta el riesgo de desastres.
Aunado a esto, más del 78% de la población nacional ahora vive en centros urbanos y, con su rápido crecimiento, una deficiente planeación urbana y una débil aplicación de políticas y códigos de construcción, surgen asentamientos en zonas propensas a amenazas dejando un mayor reto a los gobiernos locales y nacionales para garantizar la seguridad de sus habitantes y el desarrollo sustentable de la nación.
Sin embargo, esta madurez en la gestión del riesgo de desastres y esta capacidad de fortaleza que ha mostrado la Ciudad de México en su respuesta al sismo del 7 de Septiembre , no ha sido homogénea en el territorio nacional, principalmente en el área de prevención. Es precisamente con la inversión en la prevención y construyendo resiliencia que se salvan vidas y se apuntalan medios de subsistencia para resistir y recuperarse por los efectos de fenómenos naturales. El fortalecimiento de las capacidades técnicas de los cuerpos de Protección Civil, el Plan DNIII-E que ofrece actividades de auxilio a víctimas en desastres, el surgimiento de una alerta temprana que, en este caso específico dio más de 90 segundos, de aviso a los habitantes de la Ciudad de México para evacuar, la educación cívica en materia de simulacros y atención a alertas de impacto, la capacidad financiera del gobierno mexicano para movilizar recursos para atender la emergencia e iniciar procesos de reconstrucción casi inmediata de infraestructura crítica, la solidez de las estructuras y edificios de la ciudad de México de mantenerse en pie después de un sismo de tal magnitud, los códigos de construcción de la ciudad (que son tan estrictos como los de Japón u otros países con alta exposición sísmica), el contar con un fondo para atender emergencias y reconstrucción sin poner en riesgo el presupuesto público, así como instrumentos financieros adicionales para fortalecer y proteger dicho fondo, no son producto de la casualidad sino del aprendizaje y la madurez en la gestión del riesgo de desastres en México.
Gran parte de la tragedia que se reporta desde el sur de México es consecuencia de la desigualdad de regiones enteras del país respecto a los niveles de desarrollo y capacidad es de capital.
Estas regiones de alta vulnerabilidad, a menudo son golpeadas por los efectos del Riesgo Extensivo, el cual es la manifestación de una gran cantidad de desastres de pequeña escala y baja intensidad, pero de alta recurrencia (como lo son las crecidas repentinas, deslizamientos de tierra, tormentas y la sequía) que generan un impacto acumulativo y altamente debilitante de las capacidades y la resiliencia de las poblaciones afectadas. capacidades y la resiliencia de laspoblaciones afectadas. Este tipo de riesgo aumenta de manera considerable por factores como la falta de planificación y gestión deficiente del desarrollo urbano o rural, la degradación ambiental, la pobreza y la vulnerabilidad de los medios de subsistencia en zonas rurales y en asentamientos urbanos informales (Evaluación Global sobre la Reducción del Riesgo de Desastres 2015), además de que no recibe la cobertura mediática necesaria para la movilización de recursos públicos y la organización social de ayuda a víctimas de desastres. Las zonas afectadas por el sismo del pasado 7 de septiembre, son comúnmente afectadas por el riesgo extensivo, minando de manera sustancial sus capacidades de hacer frente y recuperarse de riesgos intensivos mayores como un sismo de 8.2 grados de magnitud.
Sin duda, este evento dejará aprendizajes que sumarán para la construcción de resiliencia en el país, tales como el sistema de alerta temprana que avisó a la población de la Ciudad de México con más de 97 segundos de antelación a la ocurrencia del sismo y que permitió la evacuación de edificios, tiempo que en caso de colapso de estructuras puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Si bien, la justificación de la focalización de la alerta en la capital del país tiene justificación en términos de número de población expuesta, lo cierto es que México debe de ampliar esta cobertura a las otras zonas expuestas a riesgos geológicos. A su vez, el sismo también ha demostrado la cultura de la Protección Civil en la población, quienes cada día están más conscientes de los riesgos que enfrentan y de medidas que pueden ayudar a reducir su vulnerabilidad. Sin embargo, aún falta impulsar la cultura del aseguramiento para casa habitación y PyMES frente a riesgos por fenómenos naturales.
Continuar esfuerzos en materia de desarrollo sin considerar una gestión del riesgo de desastres y las particularidades de las vulnerabilidades locales al plantear programas y proyectos, pone en peligro no solo el logro de los objetivos de éstos, sino que significa el desperdicio de recursos públicos y una erosión de los activos de las regiones, factores fundamentales para el avance en el desarrollo sostenible de las zonas más marginadas de México.
Desafortunadamente el auténtico desastre está por agudizarse en los días y semanas por venir, cuando el flujo de la ayuda ceda y la ayuda para la reconstrucción sea insuficiente, lo que tendrá efectos mayores en términos de rezago en el desarrollo de la región, aumento en el desplazamiento y debilitamiento (aún mayor) de los medios de subsistencia de las comunidades de la región.
En este sentido es sumamente importante donar a organizaciones sólidas, transparentes que tengan planteamiento de apoyo a la reconstrucción y no solo a la atención de la emergencia. Y, a su vez, es vital empujar porque esa reconstrucción y los recursos públicos que se inviertan no se realice para volver a construir lo destruido sino para construir mejor, considerando la información de ese esfuerzo importante que se ha dado con la elaboración de los Atlas estatales y municipales de riesgo y mediante el fortalecimiento de la cultura la gestión del riesgo de desastres en los distintos niveles de gobierno. Sólo así, mediante la apuesta a la prevención y la consolidación de una cultura de gestión del riesgo de desastres, será que salvemos más vidas y podremos dar pasos sólidos hacia el desarrollo sostenible de nuestro país.
Referencias
Cardona, O. D. 2001. La necesidad de repensar de manera holística los conceptos de vulnerabilidad y riesgo. Una crítica y una revisión necesaria para la gestión. En International Work-Conference on vulnerability in Disaster Theory and practice (pp. 29-30). Wageningen, Holanda: Disaster Studies of Wageningen University and Research Centre.
CENAPRED. 2015.Serie: Impacto Socio económico de los desastres en México. Disponible en: http://www.cenapred.gob.mx/PublicacionesWeb
CENAPRED. 2016. Atlas Nacional de Riesgos. Disponible en: http://www.atlasnacionalderiesgos.gob.mx/
Kelman, I., 2017.Don’t Blame Climate Change for the Hurricane Harvey Disaster – Blame Society. The Conversation. http://theconversation.com/dont-blame-climate-change-for-the-hurricane-harvey-disaster-blame-society-83163.
Oliver-Smith, A., 2013. Disaster Risk Reduction and Climate Change Adaptation: The View from Applied Anthropology. Human Organization, 72(4), pp.275–282.
SEGOB. Recursos Autorizados por Declaratoria de Desastres 1999-2015. Disponible en: http://www.proteccioncivil.gob.mx/es/ProteccionCivil/Recursos_Autorizados_por_Declaratoria_de_Desastre
The World Bank, 2012. “FONDEN. Mexico’s Natural Disaster Fund Review.” Available from: http:// www.proteccioncivil.gob.mx/work/models/ProteccionCivil/Almacen/libro_fonden.pdf
UNISDR, 2015. Making Development Sustainable: The Future of Disaster Risk Management. Geneva, Switzerland: United Nations Office for Disaster Risk Reduction (UNISDR).
Wisner, B., Wisner, B., & Wisner, Benjamin. (2004). At risk : Natural hazards, people’svulnerability and disasters (2nd ed.). London: Routledge.