Uno de los principales problemas que sufren las ciudades hoy en día es la enorme cantidad de coches y las preocupantes proyecciones para los años que vienen. En la CDMX el tránsito ya es insufrible (según el reporte de TomTom, la ciudad 13 del mundo con más tránsito en 2019) y una persona invierte horas sentada en su auto, esperando entre semáforos y el ruido de un claxon, a que pueda volver a casa. Y las cosas no pintan nada bien. En 2019 produjimos cerca de 83 millones de autos en el mundo, y la población (tomando en cuenta nacimientos y muertes) aumentó en 78 millones, es decir, el año pasado trajimos al mundo más autos que personas. En los últimos 30 años, el número de vehículos con motor por cada 100 personas de la CDMX ha pasado de 21.1 a 65.8, es decir, no solo la ciudad ha crecido (y seguirá creciendo) en cuanto a su población, sino que además, en la Ciudad ha aumentado aún más rápido el número de coches que el de personas (y en el Estado de México, hemos pasado de 8.2 a 42.3 vehículos por cada 100 personas).
El problema con el excesivo número de vehículos va mucho más allá de la congestión y de las horas que se pierden en el tránsito. Los autos privados son responsables de 11% del dióxido de carbono que producimos cada día en el mundo (en combustible y en su manufactura). Los autos requieren muchísimo espacio en una ciudad, como avenidas y estacionamientos. Requieren infraestructura sumamente costosa e incitan a la construcción de más espacios para los coches, como segundos pisos y puentes. Generan contaminación y ruido. Ponen en riesgo de un choque a otros automovilistas y en riesgo de un atropellamiento a peatones y ciclistas. Y por otro lado, hay muchísimos beneficios en los otros tipos de movilidad (como caminar, utilizar una bicicleta o el transporte público), incluyendo una vida menos sedentaria y más amigable con el medio ambiente.
Lograr que las personas se bajen de sus vehículos es el sueño de urbanistas y alcaldes, pero seamos honestos, es también el sueño de la mayor parte de las personas que no utilizamos un auto (imagina qué linda sería la ciudad con menos smog, con más espacios para caminar y menos ruido durante las horas pico) e incluso, aunque parezca contradictorio, es el sueño también de los automovilistas (claro, mientras no sean ellos los que se tengan que bajar de su auto, ellos disfrutarían una ciudad con menos tránsito). En algunas ciudades, la movilidad es un verdadero desastre (por ejemplo, Houston en Estados Unidos), ya que más de 90% de los viajes se realizan en un automóvil. ¿Pero cómo podemos convencer a tantos automovilistas que se bajen del auto?
¿Cómo escogemos la manera de transportarnos?
Hay muchísimas razones que nos llevan a escoger la manera en la que nos transportamos. Desde la percepción de seguridad, la comodidad, la disponibilidad de líneas de transporte y el precio, entre muchas más. Desafortunadamente, una característica que tendrá relevancia en el futuro debido al COVID19, es la sensación de distanciamiento social que proporciona un automóvil, contraria a la sensación de riesgo de un contagio que representa el transporte público y por ello, es posible que el incremento en ventas de automóviles que se observan en Wuhan, una vez que la actividad económica de esa ciudad se empieza a retomar, sea observado en otras ciudades y las personas decidan optar, aún más, por viajar en auto.
Un factor sumamente relevante que nos hace escoger nuestro medio de transporte es el de la distancia. En Ámsterdam, por ejemplo, 90% de los viajes de menos de un kilómetro se realizan a pie o en bicicleta, pero más de la mitad de los viajes de 4 kilómetros o más se realizan en un medio motorizado (auto o transporte público) y en Londres, más de 90% de los viajes de 4 kilómetros o más se realizan en auto o transporte público. Y el problema es que en una ciudad tan grande como la Ciudad de México, 4 kilómetros es relativamente poco (es la distancia entre la Fuente de Petróleos y el Ángel de la Independencia, o es casi la distancia para cruzar Ciudad Universitaria de norte a sur por Insurgentes), es decir, que si queremos convencer a más personas que dejen de utilizar el automóvil, es mediante una mezcla de distintas opciones, que incluye, claro, caminar y la bicicleta, pero también y de manera central, el transporte público pues las distancias suelen ser gigantes.
Ignorando el factor de la epidemia, se ha observado que la principal razón para escoger un auto privado sobre cualquier otro mecanismo es el tiempo. En muchísimas ciudades hemos invertido una enorme cantidad de recursos para que los autos lleguen más rápido y más lejos y claro que con ello, el auto se vuelve el medio de transporte más rápido. Incluso, muchas ciudades modernas fueron planeadas en torno al automóvil, propiciando la expansión urbana y alejando el lugar de residencia de las fuentes de trabajo. Desafortunadamente, en muchas ciudades, incluyendo Sídney y Estocolmo, por ejemplo, los automóviles privados resultan ser más rápidos que el transporte público (y que caminar). Excepto por una pequeña cantidad de viajes de muy corta distancia, el auto suele ser más rápido pues llevamos décadas invirtiendo recursos en que así sea. En el Reino Unido, ignorando los viajes que se realizan caminando, los trayectos que se hacen en automóvil privado o en taxi representan más de 80% de los viajes que se realizan diariamente.
No por ello estamos condenados a que nuestro futuro gire en torno al auto. En Nueva York, por ejemplo, se encontró que reducir en 15 minutos el viaje promedio al utilizar el transporte público, corresponde con un aumento de 25% en el número de usuarios, mientras que en Ámsterdam, las personas están dispuestas a utilizar el transporte público en lugar del auto si el tiempo es similar, pero prefieren su auto si el tiempo se multiplica por un factor cercano a 1.6 al hacerlo en transporte público. Un transporte público más rápido logra que las personas consideren opciones distintas, pues minimizar nuestro tiempo es la característica principal para escoger nuestro medio de transporte.
¿Y si el transporte público fuera gratuito?
En el mundo se han realizado numerosas pruebas ofreciendo transporte público gratuito como mecanismo para incentivar que las personas se bajen de su automóvil (aquí una lista con todos los esfuerzos que hasta ahora se han realizado sobre el transporte público gratuito). Ofrecer el transporte público gratuito se ha defendido no solo como una política de movilidad y de equidad, sino como una política de urbanismo que ofrece ciertos beneficios, como dotar de movilidad a las personas con menos recursos (tomando en cuenta que una persona con bajos recursos invierte un porcentaje mayor de sus ingresos en transportarse) o un sistema para aumentar la eficiencia del transporte público (al requerir menos recursos para la cobranza y administración).
Por ejemplo en Tallin, la capital de Estonia, se implementó el servicio de transporte público gratuito en 2013 y a partir de marzo de 2020, Luxemburgo (el segundo país con las personas más ricas del mundo, con una población similar a Coyoacán y un área similar a la zona metropolitana de Guadalajara) ofrece transporte gratuito en todo el país (aunque las condiciones de ese país son muy especiales, pues cerca de 46% de las personas que trabajan en Luxemburgo, viven en Alemania, Bélgica o Francia, países vecinos que ofrecen rentas y precios más económicos). Y los resultados del transporte público gratis parecen ser relativamente positivos. En Tallin, el número de viajes en automóvil privado se redujo de 31 a 28% y el número de viajes en transporte público pasó de 55 a 63%. Suena bien, ¿no?
Desafortunadamente, el transporte público gratuito también tiene su lado oscuro. Los resultados de la política en Tallin muestran que caminar pasó de 12 a 7%, es decir, algunos viajes que se hubieran hecho caminando (posiblemente para ahorrar unos euros), ahora se hacen en transporte público, pues el incentivo para ahorrar dinero al caminar ya no está. En Tallin, el transporte público gratuito motivó a más caminantes a dejar de caminar de lo que motivó a automovilistas a dejar de conducir.
Y el problema con el transporte público es que es motorizado y por ello tiene un costo ecológico, es decir, sí contamina. Los autobuses requieren algún tipo de combustible para circular, e incluso, si se mueven con electricidad, consumen energía que no es ecológica y contaminan en su producción. Además, una parte sumamente contaminante del transporte motorizado proviene de partículas de llantas y frenos. Si comparamos la contaminación que se produce por pasajero, en promedio un automóvil lleno contamina casi lo mismo que un autobús a medio llenar. Caminar y andar en bicicleta son maneras sustentables de trasladarnos y el automóvil privado no lo es, pero el transporte público, dependiendo del número de pasajeros y del modelo, puede ser casi tan eficiente y sustentable como caminar, pero puede ser casi tan ineficiente como utilizar un automóvil privado y ello depende del diseño del sistema, pero también del número de usuarios y de cómo escogemos la manera de movernos.
¿Y si en México el Metro y el transporte público fueran gratuitos?
Si cambiamos el esquema de la CDMX y ofrecemos el transporte público gratuito, ¿lograríamos reducir de manera sustancial el número de usuarios del auto? ¿Sería reducir el precio del transporte la mejor manera de convencer a más personas? Una persona promedio en México gasta casi dos mil pesos al mes en transportarse (19% de sus ingresos, que es un mayor porcentaje que países como India, Japón y Estados Unidos), y además, ese porcentaje suele ser mayor para personas de ingresos bajos.
Según la Encuesta de Movilidad y Transporte de la Ciudad de México de 2019, cerca de 30% de los encuestados declaró que desea cambiar la forma en que viaja y de esas personas que sí utilizarían otro medio, 41% desearían utilizar automóvil, además, la principal razón por la que aún no utilizan el automóvil es financiera. Viajar en auto es aún muy deseable para una enorme parte de la población y lo único que los detiene es el dinero. Incluso (de la misma encuesta de movilidad) si evaluamos de 0 a 10 la velocidad, la seguridad y la comodidad, viajar en auto obtiene una calificación promedio de 9.3, mientras que el Metrobús obtiene una calificación de 8, el Metro obtiene una calificación de 7 y el Tren Ligero obtiene 6.6 como calificación. El transporte público es la principal fuente de traslado, sin embargo, es el peor calificado por los ciudadanos, quienes lo consideran lento, inseguro, incómodo, tardado, costoso, deteriorado y sucio.
Desafortunadamente, tomando en cuenta la saturación del Metro y Metrobús y la inseguridad que se vive en esas y en las otras opciones en la CDMX, utilizar el transporte público es más por necesidad que por elección. Por un lado, reducir el costo del boleto del Metro (que ya tiene un subsidio considerable) convencerá a escasas personas de dejar su “cómodo y veloz” auto, pues más bien son personas con un mayor presupuesto y están ya dispuestos a pagar mucho más que el costo de un boleto de metro en gasolina, estacionamientos, el precio de los segundos pisos, pólizas de seguro, verificaciones y demás trámites y el costo mismo del coche -costos que, por cierto, suelen ser de más del doble de lo que los automovilistas en promedio estiman– con tal de ahorrarse la “molestia” de utilizar el transporte público. Pero, por otro lado, posiblemente algunos viajes que se hubieran hecho caminando, ahora serían motorizados en transporte público “pues ya no cuesta” (como sucedió en Tallin con el transporte público gratuito). En la CDMX, la principal razón para caminar y no utilizar ningún otro medio de transporte es financiera. Con una mayor demanda (resultado de los viajes de los caminantes que se motorizan), el sistema de transporte estaría aún más saturado y sería más lento, haciéndolo aún menos deseable para los automovilistas (además del costo en recaudación, que podría precarizar aún más el servicio). En la CDMX la política de ofrecer transporte público gratuito podría resultar en un sistema aún más saturado pero con usuarios más deseosos de poder ahorrar lo suficiente para comprar un auto.
Aunque el transporte público gratuito tiene algunos beneficios (como, por ejemplo, aumentar la movilidad de las personas de bajos recursos o reducir el costo que les representa), más que reducir el uso del automóvil, podría incrementar su deseabilidad y en el mediano plazo, su uso. ¿Qué sí funcionaría para reducir el uso del auto? Enfocarnos en las razones por las que un automovilista prefiere pagar mucho más con tal de no utilizar el transporte público: que sea seguro, más rápido, cómodo y confiable. ¿Y qué funcionaría además para asegurar que los viajes que hoy se hacen a pie, no se motoricen con transporte público? La gente debe percibir que la calle es segura, que hay iluminación, que es un camino rápido, que hay mucha gente caminando en ella, contar con la sombra de árboles, así como negocios en la planta baja que nos hagan disfrutar aún más ese viaje. Necesitamos ver la calle como ese elemento que compartimos y que nos une.
Ya lo decía Jane Jacobs hace años, en una frase que sigue siendo tan o más vigente el día de hoy:
Not TV or illegal drugs but the automobile has been the chief destroyer of American communities: Ni la televisión, ni las drogas (ni las pandemias) destruyen tanto a nuestra comunidad como lo han hecho los automóviles.
Jane Jacobs