Mantener la tasa de ocupación de las unidades de cuidado intensivo por debajo del 90% debería ser el criterio para calibrar las medidas de confinamiento.
Después de unas semanas de casi total cuarentena, en Colombia estamos empezando a relajar las medidas de aislamiento. ¿Qué tan rápido hacerlo? Es importante decidirlo porque los protocolos que está estableciendo el gobierno para que algunos sectores puedan reiniciar actividades no serán infalibles: siempre habrá algunos casos de contagio y funcionarán mejor en algunos lugares que en otros.
El criterio que se propone en este artículo para calibrar las medidas de aislamiento es apuntarle a que la tasa de ocupación de las unidades de cuidados intensivos (UCI) de las grandes ciudades no supere 90%. Si la ocupación de las UCI supera esa cota se corre el riesgo de que mueran individuos que podrían haberse recuperado si hubieran recibido la atención necesaria.
El gobierno nacional está buscando relajar gradualmente el confinamiento para que regrese a trabajar el mayor número posible de gente. En Colombia hay actualmente 5,539 UCI para adultos, lo que equivale a 11.5 UCI por cada 100,000 personas (o 16.5 por cada 100,000 adultos). Esta es una dotación elevada, al nivel de Canadá (13.5 por cada 100.000 personas) y superior a la de casi todos los países desarrollados, con excepción de Estados Unidos (más de 20). Suponiendo que el uso promedio de esas UCI sea 90%, que la mitad de ese uso se destine a enfermedades distintas al Covid-19, y que la estadía promedio sea 17 días, las medidas de aislamiento tendrán que durar como mínimo 80 meses, a no ser que llegue antes una vacuna. Lo anterior teniendo en cuenta la población adulta del país (33.5 millones) y la probabilidad de que si un adulto se enferma, necesite una UCI (1.75%). Además se supone que cuando 70% de los adultos se hayan contagiado y recuperado se habrá conseguido la “inmunidad de manada”. Es cierto que si se amplía rápidamente el número de UCI, el tiempo mínimo de aislamiento será menor. Pero de todas maneras tenemos por delante un mínimo período de aislamiento de varias decenas de meses.
¿Por qué se trata de un mínimo? Porque, a menos que se consiga antes una vacuna y se aplique masivamente, ese sería el tiempo que tomaría que, sin que se desborden los hospitales, el país adquiere la “inmunidad de manada”. Este es el momento en que la posibilidad de contagio se reduce y el virus tiende a desaparecer (es decir, la tasa de contagio, R0, cae por debajo de uno). Pero llegar a la inmunidad de manada implica que haya un gran número de muertes, aunque no se desbordan los hospitales. Muchas de esas muertes pueden evitarse si se adoptan métodos efectivos de identificación y aislamiento de los infectados. En la medida en que esto se logre, serán muchos menos los muertos pero, como resultado, la duración de las medidas de aislamiento superará ese tiempo mínimo, hasta que se consiga la vacuna.
Usar la tasa de ocupación de las UCI como criterio para graduar el aislamiento implica aceptar varias cosas. Primero, que el objetivo de eliminar totalmente el contagio ya no es viable. Lo máximo que podemos hacer es detectar y aislar efectivamente a cuantos infectados se pueda, para ganar tiempo hasta que tengamos una vacuna.
Segundo, implica aceptar que la variable objetivo de una política cualquiera debe ser objetiva, fácil de medir y libre de manipulación (por eso, por ejemplo, la variable objetivo de la política monetaria es la tasa de inflación). Recuérdese además que la ocupación de las UCI es la principal restricción para conseguir el objetivo de que la gente regrese a trabajar sin que haya muertes que podrían evitarse. Otras medidas que se han propuesto para calibrar el aislamiento, como la tasa de contagio, R0 son difíciles de medir con precisión, especialmente si es reducido el número de pruebas que pueden administrarse. En estas condiciones, interpretar correctamente el R0 exige un buen entendimiento de epidemiología. En cambio, es muy fácil detectar, entender y explicarle al público cuándo los hospitales están a punto de quedar desbordados.
Y tercero, usar la tasa de ocupación de las UCI como criterio implica reconocer que la severidad de las medidas de aislamiento no puede ser la misma en todos los lugares ni todo el tiempo. Las medidas pueden ser menos severas en las ciudades que tienen más UCI disponibles y en donde los alcaldes consigan métodos más efectivos para evitar el contagio (recordando que las grandes ciudades deben ayudar a atender contagiados de las regiones aledañas). Y eso lo descubrirán monitoreando el efecto de esos métodos en la tasa de ocupación de las UCI.
Sería aventurado darle esa libertad a todos los alcaldes (en Colombia hay ocho departamentos y muchas más ciudades donde no hay siquiera 20 UCI), pero es razonable que haya flexibilidad en las grandes ciudades, que tienen capacidades administrativas y de control. Esto no significa que cada ciudad adopte sus propios protocolos, sino que pueda calibrar el rigor con que los aplica y vigila y, sobre todo, pueda experimentar en el margen para descubrir más rápido cuáles son los métodos más eficaces. Es mejor que haya cierta complementariedad entre ciudades según sus necesidades y posibilidades que pretender que el gobierno central es omnisciente y todopoderoso. Con el objetivo de ocupación de las UCI, las ciudades tienen incentivos más fuertes para ampliar la oferta de camas hospitalarias y UCI, lo que llevará a reducir el número de muertes.
Dos aclaraciones. El impacto de las medidas de detección de infectados y de aislamiento sobre la tasa de ocupación de las UCI no es inmediato: debe tener un rezago de al menos tres semanas, dado el ciclo normal del contagio y la enfermedad.
Finalmente, que se pueda medir fácilmente la ocupación de las UCI no significa que puedan relajarse los esfuerzos de detección de la infección y de sus canales de contagio. Al contrario, hacer más y más pruebas es esencial para evitar muertes y para que las medidas de aislamiento pueden concentrarse más en los infectados y menos en la población en general.