De entre los miembros de la OCDE, México es el país más corrupto, es el más inseguro, tiene las peores condiciones laborales, es el más desigual, tiene la peor educación… e incluso tiene la tasa de embarazos adolescentes más alta! La lista parece interminable, y la conclusioón siempre apunta en la misma dirección: México parece ser lo peor de lo peor…
…y esa lista podría seguir, realizando siempre comparativos en los que nuestro país tiene resultados similares. México simplemente es lo peor, ¿no?
A todos nos gusta comparar y más cuando un simple dato se usa para soportar una idea de nuestra realidad mexicana, como el hecho de que vivimos en un país con altos niveles de corrupción, desigualdad e inseguridad. Pero, ¿tiene sentido comparar a México con los países miembros de la OCDE? La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) fue fundada en 1960 y es fácil definirla: es el club de los países ricos. Pertenecen 34 países como Finlandia, Dinamarca, Noruega… y desde hace 22 años, México. De los casi 200 países del mundo, la OCDE congrega a los países más ricos del mundo (excepto por algunos países que son ricos pero que no pertenecen a la OCDE, como Qatar, Singapur o Kuwait).
¿Es el club de los países ricos y México? o ¿es México también uno de esos países ricos? Desafortunadamente, si tomamos una persona aleatoriamente de cualquiera de los otros 33 países que forman parte de la OCDE, su ingreso es en promedio 2.4 veces más grande que si tomamos a una persona de nuestro querido México. Nuestro país entró al grupo de los países ricos sin serlo y su entrada se debió más a un conjunto de factores en el ámbito internacional, como la firma del Tratado de Libre Comercio (aquí más de esa historia), que al hecho de que México pueda ser considerado «rico».
La pertenencia de México en la OCDE es relevante y ha surtido de grandes beneficios a nuestro país, principalmente en el tema de análisis y acceso de datos y políticas públicas, pues es un organismo que cuenta con bases de datos, analistas y especialistas que dedican su tiempo a evaluar y detectar mejoras en los programas de política pública. Incluso el actual presidente de la OCDE, José Ángel Gurría, es mexicano. Sin embargo, por pertenecer a la OCDE, algunas personas lo utilizan como un argumento de análisis y agrupan en una misma categoría, a todos los países miembros, como si la pertenencia los hiciera comparables. ¿Acaso tiene sentido comparar, por ejemplo, el PIB per cápita de México entre los países de Norteamérica?
Desafortunadamente México vive una situación diferente al resto de los países de la OCDE, que va desde el ingreso de su población y su nivel educativo hasta su demografía y su historia. Posiblemente, la única comparación que vale la pena contra los países de la OCDE es contra Chile, tomando en cuenta que la población de México es casi 7 veces la de Chile.
Imaginemos que queremos comparar el desempeño de dos estudiantes en Matemáticas y les aplicamos un examen. Si los alumnos cursan el mismo grado, ese examen es una manera normal, natural y justa de evaluarlos. Sin embargo, supongamos que uno de los alumnos está en su quinto año de educación primaria y lo comparamos, utilizando exactamente el mismo examen, con un alumno que está en su último año de bachillerato (es decir, tiene 12 años de educación o 2.4 veces más años en la escuela que el alumno de quinto de primaria). Sería absurdo, ¿no? Es ridículo comparar con el mismo examen a dos personas, si una está por terminar la primaria y la otra el bachillerato. Pues prácticamente hacemos el mismo tipo de comparación cada vez ponemos a competir a México con países de la OCDE, pues precisamente su ingreso es 2.4 veces mayor. Comparar con otros países de la OCDE no tiene sentido, ya que es una selección de países con los que México prácticamente no tiene nada en común.
El resultado de esas comparaciones entre un país «en vías de desarrollo» y el club de los países ricos suele ser siempre el mismo: los países, mientras más ricos, tienen una mayor capacidad de combatir la corrupción, la informalidad, la inseguridad y de mejorar su educación, sus avenidas, su gobierno… y cuanto más.
¿Y contra qué podemos compararnos?
Comparativos regionales, entre países que comparten algunos atributos como pueden ser su lenguaje, historia, demografía y problemáticas pueden ser muy valiosos; por ejemplo, comparar el crecimiento económico entre Japón y Corea del Sur, el boom de las zonas urbanas del Oeste de África o la industrialización de los países que formaron parte de la Unión Soviética. ¡Esos sí son comparativos!
Para México, la zona por excelencia con la cual se puede comparar es Latinoamérica. Salvo algunas excepciones, todos los países hablan Español, consiguieron su independencia hace unos doscientos años, lucharon contra alguna dictadura el siglo pasado y más. La lista de características que nos hace similares (y por ello comparables) es considerablemente larga y se ve reflejada en las personas, la cultura y hasta en la arquitectura de las ciudades.
…y en ese sentido, México es un país bastante promedio de Latinoamérica. Ni es el más corrupto, ni es el más inseguro, ni tiene las peores condiciones laborales, ni tiene la peor educación, ni es el más desigual… pero más importante, al comparar alguna característica de México contra los países de Latinoamérica, ya no es el país más pobre dentro del grupo de los más ricos, como lo hacíamos al comparar contra los países de la OCDE. Incluso, es posible comparar entre las provincias de Perú, Argentina y México, por ejemplo, o comparar entre Santiago, Lima, Buenos Aires, Guadalajara, Bogotá, Puebla, Quito, Medellín, Monterrey, Río de Janeiro, San José, Ciudad de México, Managua… ¡Esos sí son comparativos!
A todos nos gusta realizar comparaciones y entender las múltiples y complejas situaciones que vive México en materia de crecimiento económico, corrupción, turismo, desigualdad y más… pero comparar a México contra los países de la OCDE es tan selectivo y carente de sentido como compararlo contra los países África y concluir entonces que México es el país más justo, seguro o rico. Comparar a México contra el resto de los países de Latinoamérica es la única forma de obtener una escala tan justa como aplicar el mismo examen de matemáticas a todos los alumnos de un salón de clases.